Llevaba varios días si verte.
Ahí estaba, parada en el andén, esperándote. En la mano un manojo de nervios que intentaba desenredar jugando con los dedos, ansiosa. Había llovido, el suelo estaba húmedo, todo tenía un aspecto gris, y las flores de mi vestido parecían deshojarse a cada minuto. Eran eternos, te juro. El tren parecía no llegar nunca, a pesar de que había calculado minuciosamente el tiempo que tardarías en llegar para poder anticiparme.
De momento me sentí Penélope, sentada en la estación, mirando ansiosa a los costados, como si la locomotora fuera a irrumpir de repente por cualquier lado.
Llegó. Una formación un poco vieja, de la que salieron infinidades de personas. Algunos vestidos con ropa de trabajo, que llegaban y se iban solos. Otros con bolsos, que se encontraban en un abrazo cargado de te extraños con aquellos que los esperaban. Algunas mujeres procuraban que sus hijos no salieran corriendo y les sostenían de la mano, con cariño y a la vez firmeza.
Miré a cada una de las personas que descendían de la máquina de vapor, te busqué en cada rostro. Hasta que, de entre toda la marea humana, emergió tu figura: alta, delgada, con el cabello algo despeinado, y los ojos negros penetrando la densidad del aire que nos separaba.
De repente sentí que toda la ansiedad que había vivido durante los días previos a ese instante había desaparecido. Me parecía irracional, desmesurada. Pude sentir como si un balde de agua helada me cayese encima y me apagase. Desperté.
Un "hola" y un simple beso en la mejilla fue todo lo que intercambiamos en las cuadras que transitamos al salir de la estación. Con eso me bastó, estabas conmigo. Y sucede que, cuando estás conmigo, no importan las formas. No quiero flores, ni besos, ni estar atada a tu abrazo. Me alcanza con verte, con saber que en la proximidad de mi cuerpo encuentro tu persona, que si me caigo, y sólo si me caigo, alcanza con estirar la mano para que la tomes y me detengas.
Me acostumbraste a tu presencia y hoy no me importan las formas, creo haberte dicho. A decir verdad, nunca me importaron. Bien sabemos que de haber sido así hubiéramos sido un poco más efímeros de lo que ahora somos. ¿Somos? Una caricia perdida, un gesto de la mirada, alguna palabra de afecto que pelea por salir de vez en cuando y una sonrisa que es la respuesta a todo. Somos y ojalá nunca nos falte.
Llevo ahora aún más días sin verte, el tren ya no llega, y ni siquiera sé cómo lidiar con la guerra que se desata en mí cada vez que te pienso.
Te pienso.
Te espero.
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