Datos personales

She believed in dreams, all right, but she also believed in doing something about them.

diciembre 25, 2014

De introspectivas y desencuentros

Lo miró a los ojos. Cuánto lo había extrañado. 
Se preguntaba si alguna vez ese hombre realmente sería suyo. Se habían escrito de vez en cuando. Las cartas de ella sólo cargaban alguna que otra noticia tonta, que le narraba por el simple hecho de contarle algo, esperanzada de que en su próxima carta él dijese lo que quería leer. Pero la realidad es que él confesaba algo de cariño cuando se sentía solo. Era simplemente cuestión de que encontrara con quién distraerse para que sus cartas perdieran frecuencia, e inclusive hasta se ausentaran.
Pero ahora estaba ahí, tumbado en la cama, frente suyo, mirándola a los ojos con cariño, jugando con su pelo.
Era difícil creer que esas dos personas, tan perdidas la una en la otra, fueran casi desconocidos a ojos de los demás. Dedicaban sus días enteros a mentirle al mundo, a hacerles creer que apenas si se dirigían la palabra. Los mandatos sociales, el protocolo y el decoro indicaban que una señorita de las afueras no podía mantener una relación de ningún tipo con un hombre de reputación algo difamada y, según quién dijera, comprometido.
Ella sabía que aquél caballero no era quizás el mejor que pudiera conocer, ni de quien mejor se hablase. Bastaba un paseo por las calles de la capital junto a él o alguna presentación en sociedad para notar cómo todos los miraban y fingían volver a sus asuntos, comentando lo inapropiado que encontraban la escena. Al diablo lo que la gente pudiera pensar. 
Demasiado citadino para su gusto, un poco arrogante en ocasiones, apuesto por demás, y para nada suyo. Ese era el hombre que encontraba tan perfecto y que la llevaría directamente a la ruina. ¡Ay de ella si su padre supiera!
No sería la primer jovencita estafada por amor pero, aunque muchas veces hubiera jurado que no le importaba, no podía permitirse arruinar su reputación de esa manera. Lo amaba, o al menos eso creía, aún sabiendo, a su pesar, que no la correspondería jamás.
La sola idea de pensarlo la hizo volver en sí. Él la miraba, esperando respuesta a algo que aparentemente acababa de decirle y ella no había escuchado. Salió de su ensimismamiento y le dirigió una sonrisa que pareció alcanzar. 
- Es tarde - le dijo, agradeciendo que la sonrisa bastara y que no hubiera decidido indagar en qué pensaba. 
Darle explicaciones de las batallas que se libraban en su cabeza le hacían temer aún más que él determinara alejarse. Le había jurado no querer lastimarla y, de saber que estaba sufriendo, daría por terminados sus encuentros para no faltar a su palabra. Si bien la despedida era inminente y, más temprano que tarde, acabaría por quedarse sola, la reconfortaba pensar que estaba en sus manos a veces poder retrasarlo. Revelarle sus sentimientos tampoco era una opción, podía asustarlo. Aquél hombre había pasado su vida huyéndole al compromiso, rompiendo corazones a su paso. No. Mejor no decir nada. 
Lo besó tiernamente y le sostuvo la más dulce de las miradas. Acarició su rostro y salió de la cama, con la suavidad con que un ángel hubiera arrullado a un niño. Se vistió mientras él la observaba azorado. Sólo Dios sabía qué tenía esa  mujer, que había empezado por ser sólo una distracción de atracción magnética, y terminó siendo el objeto de su perdición. Lo volvía loco, y la quería. Pero ya no para que fuera suya. La quería feliz, cuando reía, cuando la besaba y ella lo miraba con los ojos llenos de amor. ¿La quería? ¿Qué diablos iba a hacer si la quería? Si ella no le correspondía, tal como había jurado que iba a ser, sería un desdichado. Y si le confesaba amor para no poder ser suyo de todas maneras, sólo estaría siendo cruel. No. Mejor no decir nada.
Así, en silencio, dieron por terminado aquel encuentro. Caminaron callados hacia la entrada de la casa donde jugaban a ser felices y que era tan grande y vacía cuando ella se iba. Le dirigió una mirada que ofició de despedida, acostumbraban saludarse así por si acaso alguien los viera. El coche de alquiler esperaba en la puerta para llevarla de vuelta a casa. El camino era largo, pronto caería la noche, y el hechizo comenzaba a romperse, cayendo cada quien en su realidad. Aún el alma y la conciencia estaban adormecidas.
Mejor marcharse.

diciembre 12, 2014

El tren ya no llega

Llevaba varios días si verte.
Ahí estaba, parada en el andén, esperándote. En la mano un manojo de nervios que intentaba desenredar jugando con los dedos, ansiosa. Había llovido, el suelo estaba húmedo, todo tenía un aspecto gris, y las flores de mi vestido parecían deshojarse a cada minuto. Eran eternos, te juro. El tren parecía no llegar nunca, a pesar de que había calculado minuciosamente el tiempo que tardarías en llegar para poder anticiparme.
De momento me sentí Penélope, sentada en la estación, mirando ansiosa a los costados, como si la locomotora fuera a irrumpir de repente por cualquier lado.
Llegó. Una formación un poco vieja, de la que salieron infinidades de personas. Algunos vestidos con ropa de trabajo, que llegaban y se iban solos. Otros con bolsos, que se encontraban en un abrazo cargado de te extraños con aquellos que los esperaban. Algunas mujeres procuraban que sus hijos no salieran corriendo y les sostenían de la mano, con cariño y a la vez firmeza.
Miré a cada una de las personas que descendían de la máquina de vapor, te busqué en cada rostro. Hasta que, de entre toda la marea humana, emergió tu figura: alta, delgada, con el cabello algo despeinado, y los ojos negros penetrando la densidad del aire que nos separaba.
De repente sentí que toda la ansiedad que había vivido durante los días previos a ese instante había desaparecido. Me parecía irracional, desmesurada. Pude sentir como si un balde de agua helada me cayese encima y me apagase. Desperté.
Un "hola" y un simple beso en la mejilla fue todo lo que intercambiamos en las cuadras que transitamos al salir de la estación. Con eso me bastó, estabas conmigo. Y sucede que, cuando estás conmigo, no importan las formas. No quiero flores, ni besos, ni estar atada a tu abrazo. Me alcanza con verte, con saber que en la proximidad de mi cuerpo encuentro tu persona, que si me caigo, y sólo si me caigo, alcanza con estirar la mano para que la tomes y me detengas.
Me acostumbraste a tu presencia y hoy no me importan las formas, creo haberte dicho. A decir verdad, nunca me importaron. Bien sabemos que de haber sido así hubiéramos sido un poco más efímeros de lo que ahora somos. ¿Somos? Una caricia perdida, un gesto de la mirada, alguna palabra de afecto que pelea por salir de vez en cuando y una sonrisa que es la respuesta a todo. Somos y ojalá nunca nos falte.
Llevo ahora aún más días sin verte, el tren ya no llega, y ni siquiera sé cómo lidiar con la guerra que se desata en mí cada vez que te pienso.
Te pienso.
Te espero.